miércoles, 28 de mayo de 2014

Anécdota musical (VII). La cantata perdida: Manco Cápac

Marcoy, Paul (seudónimo de Laurent Saint-Cricq. Pintor, dibujante, naturalista autodidacta y viajero) relata en su obra Viaje a través de América del Sur, sus recorridos por el Perú entre los años 1854-1860, comienza sus relatos con la travesía entre Islay y Arequipa, y entre ellos encontramos uno de especial interés en momentos que el viajero nos cuenta las impresiones de escuchar una "cantata" (como él la llama) entonada por los lugareños. El escenario: la casa del cónsul inglés, personaje que conoció en el barco y quien lo invitó a su casa; una de las hijas del cónsul participaría al piano...

Puerto y pueblo de Islay en 1860 aprox.

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La mayor de las hijas del cónsul, encantadora joven con una cabellera de un rubio luminoso, y que respondía al nombre de Stella, se sentó al piano y para halagar el amor propio nacional de los huéspedes de su padre toco la cantata de Manco Cápac

Todos los notables aplaudieron con entusiasmo. Uno de ellos, luego de hacer repetir la melodía, comenzó a cantar su letra, y los demás no tardaron en hacer coro. Este himno patriótico poco conocido en Europa, pero celebrado en el Perú, y cuyos versos y música se atribuyen a un repartidor de agua bendita del sagrario de Ayacucho, se compone de dieciocho estrofas, cada una de catorce versos de diez silabas, con rima asonante. La música, en modo menor, esencialmente quejumbrosa y melancólica, se halla en armonía con el poema, en que el autor llora como un Jeremías no la perdida de Jerusalén, sino extinto esplendor de los hijos del sol.

La ejecución de esta pieza duro cinco cuartos de hora, pero nadie encontró ese tiempo prolongado. Solamente que como en los intervalos entre las estrofas los cantantes bebían copas llenas, bajo el pretexto de honrar la memoria de aquel que saco al Perú de la barbarie, y que el vino había mas que excitado su entusiasmo, tuve temor de que una vez acabada la cantata se les antojase danzar una cuadrilla, pues estos naturales, una vez entonados, ya no se detienen, así que aproveche los últimos minutos de silencio que siguieron al grito de l
a última estrofa para levantarme y despedirme del cónsul y su familia.
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La curiosa "cantata" que Marcoy nos menciona ha de haber sido la memoria de un pueblo que siendo republicano recordaba las glorias de ese imperio que no pudo conocer, algo similar a lo siento al escribir estas líneas y no poder leer la letra de la Cantata de Manco Cápac.


Fuente:
Paul Marcoy,Viaje a través de América del Sur. Del Océano Pacífico al Océano Atlántico. Pg. 6 -7, Londres, 1875. aquí

sábado, 24 de mayo de 2014

Anécdotas musicales (VI). Bohemiadas y costumbres

Las bohemias no tienen tiempo ni espacio en la memoria popular. En ésta ocasión rescatamos una nota que narra la sensibilidad del compositor Roberto Carpio, en tierras arequipeñas. 

La narración pertenece a un compendio motivado por Rodolfo A. Gómez, periodista y amante del terruño; quien reúne anéctodas y crónicas de la Arequipa de finales de siglo XIX hasta mediados del XX. PADRE E HIJO es un libro de lectura obligada para los que nos interesa las historias "detrás del telón" de ilustres personajes políticos y artistas; principalmente en la partes que detalla el movimiento musical de la época.


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En Alata, pago situado en el camino a Tiabaya, existía la picantería "El Paccay", regentada por la recordada Elenita, quién atendía a su clientela con verdadero esmero y en forma obsequiosa. En ese sitio se reunían catedráticos, literatos, poetas, músicos y periodistas.

Una de esas tardes, el grupo ofreció un lunch criollo al arequipeñísimo Roberto Carpio Valdez, Secretario entonces del Conservatorio Nacional de Música de la Capital de la República y gran compositor y mejor pianista. Creo opo
rtuno dejar constancia que era Director de ese Conservatorio otro paisano: Carlos Sánchez Málaga, otro gran músico compositor, Director de orquesta y pianista.

A esa reunión acudieron Ernesto y Eduardo Rodríguez Olcay, Vladimiro Bermejo, Aurelio Díaz E., Benigno Ballón Farfán, Manuel Moscoso Vargas, Juan Francisco Chanove, Víctor Martínez Málaga, Manuel Alzamora, Migdonio Castillo y algunos más.

Un joven Roberto Carpio, cuando pertenecía al
Centro Artístico de Arequipa como pro-secretario,
elegido en 1927.
Terminó el agazajo y comenzó la bohemia. Ballón Farfán tomó la guitarra y comenzó a cantar "yaravíes" arequipeños, en dúo con  Chanove. Y el ambiente se hizo verdaderamente más íntimo; el amor al terruño creció aún más y el entusiasmo y euforismo se hicieron grandes.

¿Y como concluyó la reunión? Roberto Carpio se puso a llorar, porque su alma arequipeña fue tocada en su lugar más íntimo. Llegado a Lima contó la bohemiada de Arequipa y el recuerdo de esa tarde debe estar aún presente en quien los temas de su tierra fueron motivo de inspiración auténtica de la mayoría de sus composiciones criollas y de gran valor musical.

Roberto fué hijo del maestro Faustino del Carpio. Éste llevado por su ascendrada [sic.] modestia nunca quiso que su prestigio traspasará los umbrales de Arequipa. Durante muchos años fué director de la Sociedad Musical de la Virgen del Perpetuo Socorro. Enseñó en varios colegios y dejó muchos discípulos a quienes dictó magníficas enseñanzas para la ejecución en los dominios del piano.

Con ese recuerdo pondremos punto final a estas otras lineas, escritas con el amor de quien también tuvo oportunidad, escritas con el amor de quien también tuvo oportunidad de participar en reuniones y formó parte de muchos grupos de Bohemia de Literatura y de Música.
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Fuentes:
Rodolfo A. Gómez G. , PADRE é HIJO , pag.268- 269, Arequipa 1977.
Omar Zevallos Velarde, Los acuarelistas arequipeños, Cuzzi & Cía, 2013.
Zoila E. Vega Salvatierra, Texto y contexto en la obra de Roberto Carpio en la Arequipa del siglo XX, Ed. UNSA, 2001